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05-03-2024
Recorrer los Pirineos de costa a costa, siete días de altos y bajos por escenarios de una belleza inusual, suponen un viaje que trasciende lo turístico, lo deportivo y las etiquetas de falsa aventura
“Che, ¿viste ayer ese campo de amapolas? ¿Divino, no?”. En la cara de este médico argentino de 62 años se reconoce la ilusión sincera del que sabe que esa imagen atravesando la Cerdanya a golpe de pedal le acompañará mucho tiempo. Aquí, en la llegada de la Deporvillage Transpyr a Roses, en el paseo marítimo paralelo al mediterráneo, no se habla de vatios, de esfuerzo, de miseria… de hecho se habla poco, todos abrumados por las emociones incubadas estos últimos 105 kilómetros. Puede que la meta no estuviese aquí, sino en cada sorpresa del camino. Oriol Sallent, el portavoz de la prueba, pide horas antes, en la salida, que repasemos lo vivido. ¿Y qué es lo vivido? ¿es la misión cumplida? ¿el placer del viaje? ¿dejarse las tripas en los tramos cronometrados? ¿las conversaciones en una pista forestal que nunca termina? ¿la adrenalina de los descensos? ¿los juramentos en el barro? ¿las estampas de ríos, bosques suntuosos, agua saltarina, prados inmaculados, collados como belvederes, roca caliza y granito, el corzo que cruza un sendero, la granja perdida en el tiempo, molestar sin desearlo a vacas, caballos y ovejas, la sonrisa del abuelo que no nos entiende, pero al que divertimos con nuestras prisas y colores, las risas en los avituallamientos, la soledad abrumadora, el paisaje que se transforma día a día, la vida lejos de lo cotidiano? Ni idea, cada cual se queda con lo que puede y quiere. Pero está claro que atravesar los Pirineos de costa a costa es un viaje fabuloso que nos abre los ojos a la tremenda riqueza orográfica, humana y cultural que custodia la cadena montañosa. A los pies del Tourmalet, el agua recorre furiosa laderas y senderos, sinónimo de vida. En Roses, la sequía obliga a restricciones de agua y el fantástico Cap de Creus es atendido entre algodones para que no arda. Y solo estamos en junio. ¿Cómo preservar tanta belleza, tanta vida?
Ahora que asaltamos montes y playas para saciar nuestra sed de vacaciones, cabe recordar detalles como el que alimenta la Transpyr: desde hace 13 años, en cada una de las localidades en las que para la prueba, se hace entrega al alcalde de una botellita rellena de sal, un pequeño homenaje a los que recorrían las sendas pirenaicas no por ocio sino por el sencillo y necesario negocio de intercambiar la sal marina por los bienes que pudiesen ofrecer los pastores de las montañas. Esas rutas se llamaban Camí Saliers, en lengua occitana. El detalle ilustra el espíritu de los organizadores: solo Francesc Sallent, ideólogo y creador de la Transpyr podría decir que vive de su producto. Así que esto no es un negocio, sino una pasión alimentada por unos pocos y que durante una semana genera un micro empleo para 90 trabajadores, desde los responsables de los avituallamientos hasta la agencia de viajes que se encarga de alojar a los ciclistas pasando por los que cubren los cruces de carretera, los que abren la prueba de madrugada a pedales y los ciclistas escoba que solo dejan nuestras rodadas como evidencia de paso. Pero también hay ambulancias que acompañan en permanencia a la comitiva, servicios ambulantes de masaje, de mecánica, de limpieza, de montaje de las llegadas y salidas, de fotografía, de atención en carrera y muchos otros que olvido. Decir que la organización es modélica, es bien poco: es cálida. Y eso es algo que se contagia a los ciclistas. Existen muy pocas carreras lineales como la Transpyr, porque exigen tanto esfuerzo logístico que las que lo intentaron acabaron derivando hacia una cita circular. Aterricé en este mundo que redescubro 30 años después con enormes suspicacias y a prioris, y sí, aunque seamos ególatras, pijos y adictos a pasarlo mal, en esencia solo he visto hombres y mujeres con ganas de regalarse algo tan sencillo como la emoción única de descubrir los Pirineos en bicicleta, creando por una semana una comunidad que avanza en perfecta sincronía.
Estuve cerca de participar con una bici convencional, pero afortunadamente Oriol Sallent me animó a descubrir una eléctrica, porque intuye, o cree firmemente, que en un futuro cercano muchos se animarán a participar con este tipo de máquinas. ¿He sufrido? En absoluto. ¿Ha sido un paseo? Tampoco. Pero ha resultado la mejor opción posible para mi edad, estado de forma y experiencia, una decisión que me ha permitido saborear realmente lo vivido y no solo subir con relativa serenidad sino descender con un nivel mínimo de estrés: cansarse también bajando hubiera sido demasiado. Ahora, con conocimiento de causa, puedo decir que es un gran invento. Y, además, salva matrimonios ciclistas, permite a padres mayores montar con sus hijos, es la ilusión de muchos ciclistas jubilados a destiempo por los achaques… Pienso fugarme a un país sin tratado de extradición para que Orbea no pueda reclamarme nunca su préstamo de bicicleta.
Cada fin de semana se celebra en nuestro país un sinfín de pruebas ciclistas de todos los tipos y abundan también las de varios días: “¿Son demasiadas? Puede que sí, pero eso nos obliga a trabajar más y a adaptarnos a lo que piden los participantes. Antes se pedía competir, y ahora la gente busca vivir algo diferente, una aventura, un viaje íntimo. Siempre buscamos recorridos únicos, como punto de partida. Las bicis eléctricas cada vez son mejores, más ligeras y más parecidas a las bicis de toda la vida así que apostamos por ellas y el año que viene incluiremos el gravel, porque ya hay un público dispuesto”, explica Oriol.
Las inscripciones para la Transpyr 2024 ya están abiertas: el 25% de los participantes repiten, lo cual es significativo si se tiene en cuenta que formalizarla cuesta unos 1.300 euros. Mañana, Francesc Sallent empezará a pedir permiso de paso, uno a uno, a los 200 municipios por los que atraviesa la cita, buscará caminos perdidos, sendas que habrá que limpiar, puertos escondidos… El resto, aunque seamos globeros, reimaginaremos una y otra vez lo vivido. Y no habrá dos relatos que se parezcan.
05-03-2024
Bicicletas de 12.000 euros, maillots y culotes de 200… vestirse para salir a rodar y no parecer raro cuesta un ojo de la cara
Todo el mundo aprecia a Oto, el colombiano rastafari que siempre lo da todo. Sale en cabeza y si no pincha seis veces, como el pasado día, siempre llega con los primeros. Pero solo. Ataca a todo lo que se mueve, incluso a los que circulamos en bicis eléctricas. Le da igual. Le alcanzamos y tras reposar dos minutos sale disparado por una esquina. Después, con un manotazo al aire te dice que pases, le animas y el suspira un ya, ya, que nadie sabe cómo interpretar. Mueve la bici como si bailase y no le teme a nada, salvo a perderse, algo que nos ha ocurrido a todos aunque vayamos con la nariz pegada a la pantalla del gps. Tampoco le gusta ir a rueda, puede que porque es una costumbre ventajista e incluso poco ética. Prefiero no saber lo que opina de las bicis eléctricas. Iñigo, líder junto a Joseba en la categoría por parejas que suman más de 100 años (cincuentones, para atajar) lo tiene claro: “odio las eléctricas”. Para tranquilizarle, le aseguro que con lo que cuestan, nunca habrá muchas y entonces, reconoce, que “somos unos pijos”. Absolutamente de acuerdo. “Es que todo es un timo, nada vale lo que realmente cuesta, se queja”, realidad extensible a casi todo lo que compramos, ya sea en una tienda de bicis o en el supermercado. La bici siempre tuvo aspecto de medio de transporte para pobres, y los ciclistas gentes modestas que se enfrentaban a su categoría social con pedaladas furibundas. Los inquilinos del taller en el que trabajé de niño eran todos obreros, lo que no les impedía gastarse burradas en aligerar sus máquinas en lugar de ponerse a dieta. “Es que de un tiempo a esta parte, los ricos han llegado al ciclismo”, explica el comentarista de Eurosport Antonio Alix. Es el ciclismo un deporte que ha derribado sus barreras sociales para invitar a los más pudientes. Ayer, en el garaje donde guardamos las bicis, un entendido me fue cantando los precios de las máquinas. Parecía que cantaba el Gordo de Navidad: ésta Pinarello, 12.000 euros, La Orbea ésta, con esas ruedas, 10.000, ésta de aquí, 8.000… ah no, 10.000 porque lleva el grupo electrónico. Dijo que entre las 30 bicis guardadas en el hotel había más de 200.000 euros en material. Y lo mismo ocurre con los complementos: gafas, cascos, cremas, maillots, culotes, gps, guantes, manguitos, perneras, chalecos, cortavientos, cubre zapatillas, mochilas, bolsas para los recambios, zapatillas, calcetines… cuyos precios asombran. “Los maillots que comercializo no deberían costar más de 40 euros, son un simple trozo de tela, pero si no los pongo a 120 euros, no los vendo”, asegura un fabricante que prefiere guardar el anonimato. Deporvillage, tienda online catalana y copatrocinadora de la Transpyr asegura a través de su gabinete de relaciones externas que el ciclismo es uno de sus principales argumentos de venta. El perfil de sus compradores es, según la tienda, “un cliente que practica deprte de manera intensiva y lo hace más de cuatro horas semanales. Realiza una fuerte inversión en artículos deportivos y valora la calidad por encima del precio, ya que busca mejorar sus habilidades deportivas y técnicas”.
En el mundo de los pedales, los complementos y la ropa del ciclista no son solo funcionales sino una forma de expresión personal y un símbolo de identidad en la comunidad ciclista. El otro día me adelantó una corredora neerlandesa cuyos calcetines mostraban una mano en forma de peineta… no supe qué pensar. “Todo esto es fruto del trabajo de mercadotecnia de los fabricantes, que han trabajado mucho para hacer del ciclismo un estilo de vida con una cultura propia”, explican en Deporvillage. Lo cierto es que, para no parecer globeros, vamos de punta en blanco… y empezamos a parecernos peligrosamente a los esquiadores de los valles austriacos.
Son otros Pirineos, diferentes, amables, de amplios valles verdes que apuntan al mediterráneo. La orografía parece tomarse un respiro dejando atrás los grandes macizos del centro de ésta fastuosa cadena de montañas que recorremos de mar a mar y a golpe de pedal. En la Cerdanya, la sierra del Cadí parece el último bastión moderadamente fiero. Descendemos generosamente hacia el final de un trayecto único justo cuando los Pirineos empezaban a parecer infinitos en su extensión y en sus postales. Ayer mismo, en Vielha, se podía notar la presencia del Aneto, techo pirenaico, justo ahí, al otro lado del Valle. Anteayer, en Bagnères de Bigorre, el Pic du Midi y el observatorio astronómico plantado en su cima son la referencia de una localidad donde los baños termales ya han dejado de ser un reclamo turístico poderoso y el vecino Tourmalet quiere ser algo más que un símbolo. En 1910, el francés Octave Lapize se convirtió en el primer ciclista del Tour en coronar el Gigante, lugar de encuentro no solo de campeones sino de pastores, labradores y habitantes de los valles de Bigorre. Bagnères quiere hablar el idioma ciclista y el pasado 3 de junio abrió sus puertas un local bautizado como Octave y que pretende ser la semilla de una comunidad unida alrededor de los apasionados del ciclismo. Todos los participantes de la Transpyr fueron invitados a un café en un local de enorme amplitud que mezcla varios conceptos: taller de bicicletas, cafetería, boutique, centro de encuentro… Bruno Armirail, reciente portador unas jornadas de la maglia rosa del Giro y pirenaico de nacimiento figura en segundo plano en un proyecto inaugurado por el Director del Tour, Christian Prudhomme. Octave se ha asociado con la Transpyr ofreciendo un premio a los mejores escaladores de la versión de carretera, con cuatro puertos míticos cronometrados: el Col D ́Arnosteguy, el Col de Soudet, el Tourmalet y la Hourquette D ́Ancizan. Afortunadamente, pasamos cerca pero en otro ambiente, muy lejos del asfalto, en otro mundo libre de coches.
05-03-2024
Las tormentas, el barro y la falta de técnica convierten las bajadas de las etapas tercera y cuarta de la Transpyr en un suplicio que se suma al de los ascensos
Es el enigma belga de las cuestas, sean hacia arriba o hacia abajo. En la Transpyr para bicis de montaña corren en cabeza varios ciclistas llegados desde Bélgica que escalan como demonios y se quedan en blanco en los descensos. Preguntados al respecto, todos responden lo mismo: “vivimos en un país donde no existen estas montañas, estos descenso tan salvajes”. Su argumento justifica notables pérdidas de tiempo en cuanto toca asomar el hocico ladera abajo. Si circulan en grupo, dejan pasar gentilmente al resto para concentrarse en la faena que se les viene encima. Así que los belgas disfrutan (más o menos) escalando y agonizan en las bajadas: cabe recordar que la Transpyr propone 19.000 metros hacia arriba y 19.000 hacia abajo. En la Transpyr Backroads, por donde circulan los ciclistas de carretera, las ascensiones son un dolor y la segunda pesadilla en su ranking de desgracias es el viento de cara. A los que circulamos por pistas y senderos, el viento no nos molesta. Nuestra pesadilla es el barro, tanto en un sentido como en otro. El lector que no haya usado nunca una bicicleta en un terreno de montaña embarrado deberá saber que algo de apariencia tan inocua puede ser un suplicio tal que le haga a uno plantearse medidas tan drásticas como abandonar tras un pino su carísima montura, regresar a pie y volver a buscarla tras una semana de sol. Durante la etapa tercera, el barro desquició a muchos, hundió a varios y arruinó un par de docenas de bicicletas. En un pequeño collado, encontré a dos belgas discutiendo: ninguno quería bajar el primero. Uno de ellos, el más bajito, me resumió así el problema: “Veo la muerte en cada descenso”. Yo no llego a tanto: solo vislumbro el hospital. Bajad despacio, les rogué, como si yo fuese a bajar rápido. “Ya, pero un muerto que baja despacio es un muerto pese a todo”, respondió el más alto. Ante tanto derrotismo no supe qué decir. ¿No hay barro en Bélgica?, pregunté. “Si”, respondió, pero lo que no hay son bajadas. Ahí me pregunté dónde diablos se entrenan para subir tan bien. ¿Les prohíben bajar después de subir? ¿pueden bajar pero solo andando? ¿suben el Kapelmuur o Muro de Grammont pedaleando y regresan al pie por un atajo para volver a escalarlo y así en bucle? ¿todas las cuestas acaban en llano y solo se les permite subirlas? Demasiadas preguntas. Me asomé y estuve cerca de quedarme con ellos a la vista de árboles, piedras, musgo y barro, pero tenía que escribir más tarde así que me lancé… Diez metros más lejos ya me había estampado. Una cosa es tener que empujar la bici cuesta arriba, y otra muy distinta tener que hacerlo cuesta abajo, pero así anduvimos los belgas y yo durante un intervalo de tiempo que pudo ser de una hora o de un día. En los bosques embarrados pirenaicos el tiempo discurre de otra manera. El lector que no se ha embarrado ha de saber, igualmente, que a fuerza de tratarlo uno aprende a identificarlo: no todos los barros son iguales. Pero todos son un asco, eso sí. Hay un tipo de barro con el que uno podría entretenerse cual alfarero. Es denso, pegajoso y se va de viaje contigo vayas donde vayas. Luego hay uno típico de caminos rojizos que observa una mayor capacidad de adherencia: convierte tu máquina en la réplica de un asno. Algunos dicen que si el barro es líquido (porque es reciente) no hay problema: se puede surfear. A esos, los belgas y yo no logramos entenderlos: vale, no se adhiere, pero patina tanto que parece que montas una vaquilla.
Así, con barro y sin técnica para bajar, los descensos cansan mucho más que los ascensos, que al menos carecen de estrés. Al pie de una bajada así, y aquí en la Transpyr hay unas cuantas, uno parece un superviviente con todos los músculos (desde la punta de los dedos que accionan los frenos hasta los muslos) en insoportable tensión. Dos pequeños detalles han evitado que me retire: la Orbea que luzco orgulloso (con ella bajo un 30% mejor que con la mía) y la clase magistral que me regaló el embajador de la firma vasca Doug McDonald. Pocos días antes de arrancar, visité al escocés, fundador en 2008 de la empresa Basque MTB de guías de bici de montaña, con un claro enfoque hacia el enduro (la prioridad es el descenso). Doug monta en bici desde que tiene uso de razón, y tras casarse con una chica vasca ambos se establecieron en la localidad navarra de Bera de Bidasoa. Hoy en día, el 90 % de sus clientes son extranjeros procedentes de todo el planeta y su terreno de juego es, principalmente, los Pirineos. En sus salidas, aplica estándares de seguridad similares o superiores a los que emplean los guías de alta montaña. De hecho, reconoce, “es más fácil tener un accidente practicando enduro que escalando, por eso llevamos tres guías para cada 12 clientes: a veces nuestro tiempo de reacción cuando alguien cae puede salvarle la vida, cosa que ya nos ha ocurrido y que nos hizo replantearnos nuestros códigos de seguridad”. Si algo no desean los clientes de Doug es sufrir. De hecho, en su página web se ofrecen ‘experiencias alucinantes de bici de montaña’. Lo que sí es fascinante es verle bajar. Bici y ciclista forman un todo. A su espalda, si trato de imitarle me sale algo parecido al Ecce Homo de Borja tras su fallido intento de restauración. Doug invierte parte de su tiempo libre en pedir permiso a los vecinos de Bera para inventar senderos de descenso en laderas que acondiciona trabajando durante meses con una azada. Su ejemplo ha convencido a la alcaldía local para balizar los trazados y para que algunos voluntarios le ayuden. “Echo en falta el sentimiento de comunidad ciclista que he vivido en Escocia y en otros países. Aquí es como si tuviésemos diez años de retraso: la gente hace una replica de su cuadrilla pero para montar en bici y a mi me gustaría lograr algo más abierto: bares con aroma ciclista, lugares de encuentro e intercambio para jóvenes, una identidad propia y nuevos negocios relacionados con la bici”, opina.
En 1986, un detalle alteró para siempre el turismo en Girona, donde finaliza en dos días la Transpyr. El ex ciclista y director del US Postal de Lance Armstrong, Johnny Weltz, escogió la Costa Brava y el Pirineo gerundense como sede de los entrenamientos del equipo. A rueda de Armstrong se mudaron muchos compañeros profesionales, dibujando de pronto Girona como un paraíso para ciclistas. Ahora lucen cafés con temática relativa a las dos ruedas, empresas dedicadas al turismo del pedaleo, hoteles adaptados para acoger a huéspedes con bicis, alquileres, rutas para todos los niveles de exigencia, lavanderías para ropa técnica, masajistas, fisioterapeutas o nutrición específica. Recién llegados a la Seu d ́Urgell, brilla el sol, los senderos están secos y el recuerdo del maravilloso descenso final nos hace recordar que la velocidad, los saltos (modestos) y la levedad nos devuelve a la infancia. Al simple placer del juego.
05-03-2024
Hace dos años, la ciclista venezolana y su marido se apuntaron a la Transpyr, pero poco después tuvo que recibir un marcapasos y al poco su pareja falleció de una dolencia cardiaca
Janice cenó ayer con el casco puesto, la cara cubierta de barro y una tiritona que a los postres parecía incontrolable. Su jornada sobre su bici de montaña, en la tercera etapa de la Transpyr, duró casi once horas y media y antes que ducharse necesitaba cenar en el lugar designado por la organización. Alguien se ofreció a limpiar su máquina, una pieza de barro, y un voluntario la llevó en coche a su hotel. Serían las 21 h cuando al fin pudo ducharse. Todo el elenco de trabajadores de la Transpyr la miman y su historia personal está en boca de todos. Ella sonríe mucho y habla poco. Lo mejor de viajar en bici eléctrica es que puedes salir en la cola del pelotón, charlar a diestro y siniestro y acabar bien pronto, pero también puedes entrevistar brevemente a alguien como Janice cuando el terreno lo permite. “Mi marido y yo estábamos inscritos para la Transpyr de hace dos años, pero justo entonces me detectaron un problema coronario y me instalaron un marcapasos. Cuando me recuperaba de la operación, mi marido falleció… afectado por una cardiopatía jamás detectada, un caso extraño. Hablé con los médicos y me permitieron acudir este año: no pude entrenar lo que hubiera deseado, pero voy día a día y espero llegar a Roses”, explica la ciclista venezolana de 48 años y que fue embajadora de una poderosa marca de bicicletas. Ella y su difunto marido se habían trasladado a Panamá por cuestiones laborales y allí sigue pese a que meditó la posibilidad de instalarse en España, cosa que no hizo, disuadida por las dificultades que existen hoy en día. La bicicleta es su pasión, no la competición. Es una herramienta de viaje y de descubrimiento, asegura, todavía cautivada por la belleza de Saint Jean de Luz o Saint Jean Pied de Port.
Avanzando pelotón arriba, me topo con Federico y Federico, bautizados ya como los ‘Fedes’, ingeniero eléctrico uno, ganadero y empresario el otro. Cada vez que veo una vaca me acuerdo de las 600 vacas lecheras que maneja Fede en su tierra. Allí dan de comer; aquí muy pocos quieren ya ocuparse de ellas pese a los incentivos del gobierno francés. En mitad de una bajada tiesa, en pleno bosque, alcanzo a mi segundo compañero de habitación, Ignacio. Cuando le pregunté si era su primera Transpyr me dijo que le daba vergüenza responderme: con esta lleva 11 de las 13 ediciones. Cuando le veo bajar, ágil, tengo que obligarme a recordar que tiene 70 años. “Pero fui jugador de Waterpolo, estuve en un preolímpico, tuve mis años de abandono pero encontré la bicicleta y aquí sigo”, explica. Su genética hace el resto, y, como los ‘Fedes’, ha recorrido el planeta participando en carreras desde Nueva Zelanda a los Andes pasando por Suráfrica y todos los rincones que quepa imaginar. “Pero no he encontrado jamás ninguna prueba tan bella como la Transpyr, tan bien organizada y el hecho de salir de una playa y tener que alcanzar otra le añade atractivo”, explica Ignacio. Él entra en esa categoría de participantes que encuentra un bienestar.
A modo de entrenamiento, salí varias veces a rodar en carretera. Me crucé con muchos ciclistas, infinitamente más que cuando corría hace 30 años. Nos saludamos. Pero también me adelantaron las denominadas ‘grupetas’, a toda velocidad y sin ninguna educación. Ni un simple hola. La composición de las grupetas daría para un estudio sociológico y puede que hasta psicológico. En la tienda de bicis en la que trabajé, solían organizar sus tertulias un grupo de ‘amigos’ que rodaban juntos los fines de semana. En una ocasión, venían lanzados, relevándose, cuando uno de ellos se cayó bajando un repecho. Todos fueron a verle al hospital pero nadie de la ‘grupeta’ se detuvo a socorrerle. Y existen similares relatos pavorosos. Por supuesto, existen grupos que salen a rodar en perfecta armonía y solidaridad pero los hay dominados por ‘machos alfa’ que a cambio de comerse el viento tirando en cabeza dicen quién, cómo y dónde tiene el privilegio de chupar sus ruedas. Gracias a la electricidad que impulsa mis piernas he rodado estos días con los más fuertes de entre los musculares y no he visto ningún ‘macho alfa’ pero sí tipos que gritan de gozo volando cuesta abajo en un sendero perfecto y que se ayudan generosamente entre sí a pesar de haberse conocido hace tres días. “Hemos comprobado con el paso de las ediciones que el perfil del participante ha variado: cada vez es menor el afán competitivo y mayores son las ganas de vivir una experiencia, un viaje de índole personal”, asegura Oriol Sallent, coorganizador de la Transpyr.
Hoy era la etapa reina y hemos rodado brevemente por el Peyresourde y el Portillon, dejando enseguida el asfalto para bajar por donde las cabras se alimentan. Y así hemos dejado la vertiente norte del Pirineo para pasar al sur, al Valle de Arán, con meta en Vielha. Aquí, a ambos lados de la frontera, los problemas coinciden: el esquí alpino, las múltiples pequeñas estaciones francesas y la enorme Baqueira-Beret han estimulado la economía local, pero se anuncia un fin de ciclo. Según Domitien Detrie, director de la Agencia francesa de los Pirineos, “es un hecho seguro que en 20 años ya no habrá estaciones de esquí, pero para adelantarnos a esa realidad hay que empezar a trabajar ya mismo. Aquí, en el entorno del Tourmalet, la industria no existe y la ganadería tiende a desaparecer. Nos vemos obligados a hacer algo para que esto no se quede sin gente y una de las cosas que queremos es potenciar el turismo de la bicicleta tirando de la historia del Tour, que coloca nuestros valles y puertos en un escaparate privilegiado. En los Alpes, por cada turista/esquiador hay 10 ciclistas con un gasto medio diario de 190 euros”, enfatiza. En este contexto, su agencia ha elaborado una guía con 70 recorridos pirenaicos, en su
El Valle de Arán camina en dirección similar. Las tiendas de esquí y montaña de Vielha coexisten ahora con las de bicis y se trata de estimular el turismo de montaña estival y cultural.
En estas ocho horas de etapa he recordado qué es lo que más eché en falta cuando la bici me colgó. No fue la adrenalina de las carreras ni el sueño de ser un campéon: fueron las horas de entrenamiento abandonado a los pensamientos, a la tarea sencilla de avanzar tanto física como emocionalmente. Era un oasis. Ahora que parecemos obligados a ser instrumentos multitarea tratando de ser muy eficaces y productivos haciendo malabarismos, pedalear perdido entre bosques, valles y collados parece un bálsamo de un valor difícilmente cuantificable.
05-03-2024
Josep Font, psicólogo del CAR de Sant Cugat, analiza el perfil de una parte de los participantes en la Transpyr tratando de dilucidar los motivos para desear pasarlo mal.
Uno de los detalles que convierte la Transpyr en una experiencia única es su querencia por encontrar o rescatar senderos perdidos para que los que participamos en la modalidad de bici de montaña no sepamos casi nunca dónde estamos. Tanto aislamiento da pie a imágenes únicas, a momentos sublimes. Por ejemplo, tras desembocar en un sendero tras un descenso de espanto, nos topamos de frente con una patrulla del ejército francés, de maniobras se supone. Difícil saber quién se ha asustado más. Sin tiempo para recuperarnos, a los 100 metros nos saluda un joven francés, guitarra en bandolera y recién nacido a la espalda. Cada cual elige en su vida lo que quiere ser, si puede. Nosotros hemos elegido sufrir, por estúpido que parezca. Horas después, cruzamos Lourdes, donde enciendo un cirio para no quedarme sin batería en la bici eléctrica y seguimos, dejando atrás a otro tipo de devotos. Cada cual con sus manías. Más horas después (hoy he pedaleado asistidamente durante 8 horas y media y cuando tecleo esto el 80% del resto de participantes no ha llegado), un pelotón de vacas recorre no al trote, sino al galope, los 100 metros en prado para refugiarse bajo un par de robles solitarios. Eso ocurre a mi izquierda; a mi derecha todo está negro como la noche y pido un sitio bajo el árbol, con las vacas, para ponerme el chubasquero. Nada tontas estas vacas. Y llega la tormenta. Los Pirineos son fantásticos, quizá un poco agresivos en primavera: pese a que los organizadores se han tomado la molestia de desbrozar unos metros de sendero aquí y allá, saben que no nos gustan as facilidades así que nos dedicamos a desbrozarlo nosotros mismos, con los brazos, las piernas y la cara, peleándonos con helechos y ortigas que parecen hayas. La tormenta de la víspera, unida a la de hoy regala más imágenes: cinco tipos tirados por el suelo al mismo tiempo en plena bajada embarrada y jurando en belga, francés, euskera y castellano. A uno solo le he podido oir al pasar: los helechos se lo habían tragado y solo su lamento le delataba.
Antes de acudir a la Transpyr, hablé con Josep Font, psicólogo del centro de alto rendimiento de Sant Cugat, una persona acostumbrada a tratar a la élite de nuestros deportistas. Solo tenía una pregunta para él, una cuestión recurrente: ¿por qué el ser humano necesita enfrentarse a estos retos, especialmente entre los 40 y los 50? Dicho de otra manera, ¿por qué nos gusta sufrir? La pregunta le sorprendió, y me aclaró enseguida que sus respuestas respondían a su humilde (pero cualificada) opinión, constituyendo estas un análisis más bien demoledor. “
Es como si fueran del UCI pro tour, profesionales del Ineos o del Movistar… es una pregunta difícil… pero está claro que hacer deporte esta de moda. La gente a estas edades maduras juega a ser deportista de alto nivel, y es algo que se ha convertido en un negocio en el que se venden bicis de 12.000 euros, barritas, zapatillas de carbono, programas de nutrición y entrenamiento… y muchos lo hacen con un ánimo exclusivamente competitivo para ser el primero de la grupeta, del barrio, del club o de la cuadrilla. ¿Por qué hacerlo a unas edades en las que además te condiciona el estilo de vida y para lograr unos niveles irrelevantes? Yo creo que el máximo exponente de esto es la Titán Desert. Aquí en Cataluña cada día en el telediario de TV3 se informa de ella como si fuese el Tour. Y es una prueba que da cero puntos UCI. Estos participantes no harían nada en la Copa del Mundo de BTT. Pero es un negocio, con un promotor detrás que necesita generar publicidad para captar clientela. Y lo que hacen muchos participantes es jugar a que son competidores de élite”, sentencia Font. Un juego puede acabar siendo primero una forma de vida, después una enfermedad o una obsesión: el grueso de su vida gira en torno al juego de ser mejor ciclista, escalador, tenista o surfista.
Y ahora llegamos a los porqués. Font los enumera sin aplicar ningún tipo de paño caliente. Cabe recordar que habla de un cierto tipo de individuo porque generalizar no siempre es un acierto. A su parecer, lo que mueve a participar en retos como la Transpyr y tantos otros incontables repartidos por el planeta (o de otro tipo de deportes) es el ego. “El ego significa que me impongo retos y desafíos y los logro. Llegar en la Transpyr es un reto. Cada cual se pone un reto a su medida y le consagra gran parte de su vida. El hecho de conseguir sacia su ego y en algunos casos queda amplificado por las redes sociales. El que luce en la Titán Desert igual consigue que le regalen una bici, calcetines, lo que sea. Estos comportamientos lo tienen a veces competidores de alto nivel, como de carreras por montaña que ganan más como influencers que como atletas. Además, lo adornan con valores añadidos como la salud o el ecologismo”, observa el psicólogo catalán.
Si digo que hoy he sufrido, puedo ver las sonrisas sardónicas de los que tienen memoria y recuerdan que monto una bici eléctrica. Nunca jamás había pasado tanto tiempo montado y empujando a ratos una bici, lleno de barro y excrementos de vaca y helado de frío. Nadie me ha mandado hacer esto, me lo he ¿impuesto? Yo solito. ¿Por qué queremos sufrir? Josep Font avisa que “te gusta sufrir si puedes. Si no, no sufres. Aprieto porque quiero ver cuál es mi límite y acercarse al límite me proporciona autoestima. En el fondo puede que busquemos querernos más a nosotros mismos o que nos quieran más”. Su respuesta me deja atónito: ¿No es un camino muy retorcido para lograrlo?, pregunto. “Bueno, otros pintan o tocan la guitarra. Hay gente de 40 que vive para el pádel y entrenan como si les fuese la vida en ello. Es todo un mundo esto del pádel, pero es más lúdico porque es un juego y el sufrimiento aquí pesa poco. Pero en la bici, cuenta mucho el hecho no solo de sentirte potente sino más potente que los demás. Por eso atrae a un tipo de personas. Y por último, le pregunto casi con temor si ese perfil que acaba de describir es el de gente frustrada, recordando a mi entrenador: “No lo sé porque la mayoría no es que no pudieran ser buenos ciclistas de jóvenes, es que no lo eran: han empezado con la bici a los 35. Es más, los ciclistas profesionales cuando dejan la bici la cuelgan de verdad. Alguno no, alguno sigue, pero tampoco es lo normal. Hay exprofesionales que echan de menos el combate, porque le proporciona cierto bienestar. Pero el resto son finishers (los que consiguen llegar a meta)”.
Aún quedaba una pequeña cuestión… Según explica Josep Font, la moda de las pruebas de resistencia tienen su base en un propósito a lograr, aderezado con la mercadotecnia, su valor añadido (no es un concurso de comer hamburguesas por ejemplo), el componente saludable que destila, el marco natural y la posibilidad de agasajar el ego entrando en comparaciones … aunque eso tiene su reverso si siempre eres batido. “Pero en este tipo de deporte ¡¡¡¡tú escoges el nivel de tus contrincantes a tu medida y conveniencia!!!! En el deporte del alto nivel de verdad, no. Te encuentras delante a los que te ponen y se exigen mínimas y palmarés clasificatorios: no todo el mundo puede ir unos JJOO o a un Mundial.
En cambio a las pruebas abiertas se apunta exactamente quien quiere. No hacen falta puntos UCI”. Después de releer esto, debería entregar mi dorsal. Pero la estupidez es más resistente que el ego. Mañana llega la etapa reina: saltamos al lado sur para aterrizar en Vielha. No esperen temprano la crónica…
05-03-2024
La soledad y el aislamiento del lado norte de Irati permite perderse en ensoñaciones ciclistas
Tenía 15 años y trabajaba de ayudante en Ciclos Récord, una tienda de bicicletas que ahora es una farmacia y donde Ángel Saiz era un verdadero artista reparando todo tipo de piezas, rotas, torcidas y de aspecto irrecuperable. Creo que hoy ya no se repara, se cambia. Un día, su escaparate lucía un póster nuevo que mostraba una escena que me dejó perplejo: dos chicos y una chica en plena montaña cruzaban un río montados sobre unas bicis que jamás había visto antes. Y se reían. Estudié la foto bajo todos los ángulos posibles y entré en el comercio preguntando a gritos que demonios era eso del ‘mountain bike’. ¿Realmente era posible montar en plena montaña, lejos del asfalto? Treinta y cinco años después, me veo ante un nuevo escaparate, descubriendo un mundo en constante mutación a rueda de una industria que no deja de reinventarse para que todos encuentren su herramienta deseada. Y para vender, claro. Los ciclistas profesionales de carretera no querían discos de freno. Los llevan todos. No querían cambios electrónicos. No escapa ni uno. Tampoco sé si querían que sus maillots, coulottes y calcetines creciesen tanto, pero ahora las mangas casi tapan el codo, el coulotte casi toca la rótula y los calcetines, ay, los calcetines, son prácticamente medias de montañista. Todo esto ¿para qué? En nombre de la aerodinámica, dicen los entendidos. Todo tiene que ir tan pegado que aquí incluso, en la Transpyr, parecemos butifarras: no sé qué beneficios aerodinámicos podemos obtener cuando empujamos la bici o nos arrastramos por el barro. Eso sí, puedo asumir que el maillot me comprima hasta los pensamientos, pero jamás llevaré esos calcetines infinitos. Son un espanto, por mucho que Antonio Alix (tampoco él los usa) me sugiriese que algunos defienden que estiliza el gemelo.
Así que ahora ya no se usan dos platos sino uno, los piñones de la rueda trasera parecen sacados de una vajilla, las ruedas han crecido, hay bicis rígidas, dobles, de enduro, eléctricas, de gravel, de ciclocross, amén de las de toda la vida. Los más fanáticos tienen dos y hasta tres monturas, cada una para la ocasión pertinente. Y el conjunto es sumamente divertido. Ocurre que existen enormes prejuicios respecto a las bicis eléctricas, y yo era el primer desinformado: esperaba que Orbea me prestase una moto disfrazada de bici, pero al entregarme un modelo bautizado como ‘rise’ me explicaron, en tono tan suave que casi no acerté a entenderles, que no me entregaban una moto sino una bicicleta pensada para ciclistas… que exigía de estos la mejor de las actitudes para darle a los pedales y beneficiarse de la ayuda extra. También me aseguraron que el director de innovación de la firma vasca tuvo que hacer cuatro viajes a Japón para convencer a Shimano de que hiciesen éste tipo de motor. En Japón, al parecer, cuando dicen si puede ser no. No obstante, miré a mi alrededor buscando entre su colección una eléctrica más potente con motor Bosch 8era el que más me sonaba) pero no hubo manera. Así que hoy, durante la segunda etapa, después de dejar descolgados a los líderes de la prueba (los que llevan bicis convencionales o musculares o pulmonares), me han dejado tirado mis compañeros eléctricos después de explicarme muy amablemente que la mía es lo más parecido a una bici muscular en eléctrico y que su pequeño motor no tenía nada que hacer frente a los suyos. Total: me miran un poco mal los musculares cuando les adelanto y soy un paria en el reino de lo eléctrico. En la Transpyr, para no generar agravios ni suspicacias, se nos pide a los eléctricos que tengamos un comportamiento cívico para los musculares: cederles el paso, no atropellarles, no ser arrogantes… pero nadie nos borra la sonrisilla cuando descolgamos a los pobres que pedalean sin más ayuda que sus geles y barritas. Viendo el innegable peso de la industria del sector y después de horas de jugar con el administrador de potencia del motor de mi Orbea Rise para nunca quedarme sin batería, se me ocurre que puede que lleguemos a ver un Tour que prescinda para siempre de los musculares para dar paso a los eléctricos. Podría ser la reinvención del ciclismo, como si fuese la Fórmula 1: una batería extra a administrar esperando en un punto determinado, una potencia a gestionar: no solo habría que pedalear sino saber cómo ahorrar la energía propia y la que regala la bici. A la estrategia ciclista se le uniría la logística, la gestión de las ayudas. Claro, todas las máquinas deberían tener la misma potencia y tendría que haber controles para cazar bicis trucadas, amén del antidopaje clásico, por supuesto. “Ni en broma. No creo que eso llegue nunca”, se ofusca Antonio Alix. Solo la idea le produce arcadas, pero es porque es un purista. Desconoce el tesón de los fabricantes…
Un compañero periodista me dijo ayer que no podía esperarse épica alguna en mis crónicas dado que había cometido el sacrilegio de participar montado en una eléctrica. Podría haberle contestado que en un concierto alguien llamó Judas a Bob Dylan cuando dejó lo acústico para abrazar lo eléctrico, o que ya no estoy para pasar seis o siete horas con la nariz pegada al manillar, sacudido por los calambres y sin fuerzas para ver lugares como los que hemos disfrutado hoy. Como ejemplo, la parte norte de la selva de Irati, uno de los hayedos más espectaculares de toda Europa. Del lado francés, la masa forestal pierde vigor y permite deleitarse con un sinfín de cimas, collados, y valles custodiados por el pico Orhi. Huele ya al centro del Pirineo. Desaparecen las casas, las granjas quedan muy diseminadas, solo las vacas y las ovejas actúan como espectadores desapasionados y uno puede sentir el aislamiento de estos lugares de un verde clorofila. En consecuencia, el regreso a la civilización, a la meta de Oloron, casi escuece por mero contraste.
La bicicleta fue mi mejor regalo de niño. Y muchos consideran que proporciona la mejor manera de viajar puesto que su ritmo permite avanzar a buen ritmo y detenerse a contemplar u observar con serenidad. En algunos países europeos es un medio de locomoción de referencia. Nunca se han vendido tantas bicis en España como en 2020 y 2021, cosas de la pandemia. El mercado ciclista español facturó 2.888 millones de euros en 2021, pero perdió un 6% de sus ingresos en 2022. En 2021 se vendieron en nuestro país 1.571.368 bicis, de las cuales el 38,7% fueron bicis de montaña y el 14,2% eléctricas… pero un informe reciente emitido por la Asociación de marcas y bicicletas de España (AMBE) anuncia un serio retroceso del sector en 2023 y 2024. En 2021 se contaron 23.221trabajadores en el sector de la bici, pero según las estimaciones se podrían perder entre éste y el próximo año 3.380 empleos de la mano del cierre de 400 de las 3.028 tiendas que existen en nuestra geografía. AMBE reclama al estado ayudas directas de al menos 33 millones de euros anuales para la compra de bicis y de 127 millones para alcanzar los 25.000 empleos en el sector. Con esto, medio millón de personas podrían adquirir bicis para sus desplazamientos diarios, algo en línea con los deseos jamás cumplidos de reducir las emisiones de CO₂.
05-03-2024
Durante una semana, este periodista se disfraza de ciclista para participar en la Transpyr, recorrer los Pirineos desde el cantábrico hasta el Mediterráneo, y tratar de entender las motivaciones de los cicloturistas
Dicen que con el paso de los años regresamos a nuestros primeros amores. Si he de recordar uno en mi adolescencia, ese sería el amor por la bicicleta. Fue una pasión, una ilusión permanente, inmutable, consciente y absoluta. Sencillamente, entre los 13 y los 22 años, fui todo lo feliz que uno puede ser. Yo no dejé de ser ciclista de competición: el ciclismo me dejó a mí. Que quede claro. Que quede también claro, de paso, que no gané una sola carrera y que era más bien malo. Hizo falta algo de tiempo y mucha fortuna hasta que di con un recambio a su altura. Pero las pasiones son tercas y ahora, cumplidos los 50, he regresado a los pedales… para aterrizar en un mundo en plena mutación, un mundo que apenas reconozco, aunque en esencia sea el mismo. Volver a montar en bici tras años de ninguneo estaba bien, pero necesitaba un aliciente, descartada obviamente la posibilidad de competir. Pregunté aquí y allá y muchos señalaron la Transpyr, una prueba organizada que recorre el Pirineo desde su costa cantábrica hasta la mediterránea. De Saint Jean de Luz a Roses, como un viaje fabuloso y como una de las pruebas mejor organizadas y planteadas que existe. Según National Geographic, es una de las 10 mejores pruebas de estas características que existe. También me dijeron que era una de las más duras. De hecho, los organizadores no la califican como ‘prueba’ sino como ‘misión’, justo lo que yo precisaba, por mucho que el término tenga connotaciones un tanto religiosas. Cuando llamé a uno de los organizadores, Oriol Sallent, y le propuse que me invitase para escribir un diario, me preguntó si andaba a menudo en bici. Le conté mi pasado ciclista, 30 años atrás, y se hizo al otro lado de la línea uno de esos silencios que llamamos embarazosos. Muy elegantemente, Oriol, me sugirió la posibilidad de participar en la modalidad de bici eléctrica. Sentí su idea como una bofetada enguantada a mi ego, pero rápidamente pensé que hace falta ser muy estúpido para que el ego dicte algo en la vida de un cincuentón, así que acepté de inmediato su oferta. De prestarme la bici se encargaría Orbea y de vestirme, Deporvillage, otro de los patrocinadores de la prueba. Porque si algo he comprobado a mi regreso al mundo de las dos ruedas es que uno no puede salir a rodar de cualquier manera. Es decir, las bicicletas han de ser buenas o muy buenas, el vestuario digno de los corredores profesionales y los complementos de altura. Las apariencias importan, y mucho. Miré mi vieja bicicleta, mis zapatillas compradas hace 15 años, los maillots flojos, el casco de época y pedí ayuda: no podía ir con pintas de globero además de con bici eléctrica, segundo sacrilegio. De no ser por la bici con asistencia que le delata a uno, nadie hubiese podido pensar hoy en la salida en San Juan de Luz, que soy un auténtico globero, término que resulta increíblemente difícil de definir. Para ajustar el significado del término, recurro a Antonio Alix, ex triatleta, siempre ciclista y comentarista pluridisciplinar de Eurosport. De entrada, Antonio avisa: es imposible definir el término, que es casi tan viejo como el ciclismo. En mi época de corredor, los globeros eran los que no competían. Evenepoel, Pogacar, Van Aert, Van der Poel… no son globeros, como no lo son el resto de profesionales, élite, sub 23, etc. “Pero es que a uno se le puede llamar globero por muchos motivos: porque va de punta en blanco y con bici de 12.000 euros y no anda ni para atrás. O porque anda como un avión y va con harapos y las pierna sin depilar”, aclara Alix. El colmo, según esta escala de valores, es andar menos que un bote a patadas e ir con aspecto desaliñado.
El hábito no hace al monje, pero entre pedalear con una bici eléctrica y llevar un coulotte bien acolchado (algunos cuestan más de 200 euros) o montar sobre un hierro y colocar las posaderas sobre una badana de cuero, hay un abanico enorme en la escala del sufrimiento. En mi época, dicho sea de paso, no se decía ‘sufrir’ sino ‘pasar miseria’.
La Transpyr arrancaba hoy desde una de las localidades más deseadas del País Vasco francés: San Juan de Luz, donde Jean de Rivière, técnico en el departamento de turismo de los Pirineos Atlánticos, se muestra entusiasmado con la presencia de la Transpyr: “Es un evento que conecta perfectamente con el momento de cambio profundo que vivimos en lo referente al turismo. Hasta ahora, nuestras playas eran el principal reclamo, pero ahora hemos visto que debemos diversificar para tener el turismo que realmente nos interesa y para no acabar, por ejemplo, siendo como Venecia. Ahora miramos hacia el interior, hacia las montañas, hacia el escenario donde vivieron y aún viven nuestros pastores”, argumenta. Desde las playas de san Juan de Luz y alrededores, solo se ven montañas amables, verdes, redondeadas, un escenario que el turismo local (a ambos lados de la frontera) no ha sabido explotar. Hay vida más allá de las ciudades faro, los pintxos y el cantábrico, reivindican ahora los técnicos de turismo asustados ante la idea de convertir su pequeño paraíso en un infierno de consumismo sin sentido.
La Transpyr son siete etapas de montaña, cerca de 800 kilómetros dando tumbos arriba y abajo, 19.000 metros positivos de desnivel y muchas horas para rodar en compañía o en la más absoluta de las soledades. No es una carrera, aunque para los amantes de los ránkings existen tramos cronometrados. La mayoría de los participantes con los que uno se ha cruzado circulan más preocupados por acabar enteros que por jugar a las carreras y, todos, destacan la postal de ésta primera etapa que ha concluido en Saint Jean Pied de Port: sería preciso ser poeta para describir acertadamente tanta serenidad y belleza. Aquí, uno puede pasar media día perdido entre valles retorcidos y colinas amontonadas y acabar el día cenando en la parte vieja, junto a la ciudadela, de un enclave de cuento a los pies de Roncesvalles.
La organización de la Transpyr te hace sentir como si fueses un corredor del Tour: te llevan baterías de recambio a los puntos de avituallamiento, recogen y dejan tus enseres en los hoteles, tienen masajistas, mecánicos, servicio de limpieza para las bicis, furgonetas para los traslados, servicios que atienden tanto a los que viajan en bici de montaña como a los que lo hacen por carretera hasta sumar más de 250 inscritos. “El perfil de nuestros participantes es una persona de entre 35 y 50 años, ciclista, que tiene experiencia en otras pruebas similares, con profesiones liberales y un nivel económico y sociocultural medio o alto. Tenemos desde directores generales o altos cargos hasta profesores… El 40 % son extranjeros de todo el planeta y el resto principalmente catalanes, vascos, madrileños, valencianos…”, explica Oriol Sallent. Mi primer compañero de habitación (como en el Tour) es chileno y repite experiencia. Asegura no conocer ninguna otra prueba más bella y mejor organizada. ¿Su motivación? Aplicar a la bicicleta lo que aplica a su trabajo: ponerse un objetivo y alcanzarlo, sin llegar el primero, pero siempre llegando. ¿Mi motivación? Una mañana de invierno, mientras circulábamos por las carreteras de Gipuzkoa hacia la salida de una carrera de juveniles, nos cruzamos con un pelotón de globeros que parecían ir al límite de sus posibilidades. Mi entrenador los miró pasar y concluyó: “ahí van los frustrados”. Nadie dijo nada, pero jamás he olvidado su apreciación. Así que mi motivación será disfrutar sin fijarme en lo que hace el resto, como un legendario ciclista amateur que, yendo escapado con varios minutos escalando el Tourmalet en una de las pruebas más prestigiosas del calendario, se paró en una curva a admirar el paisaje. Cuando su director, histérico, le abroncó desde el coche exigiendo razones, le contestó: “Tengo que ver bien todo esto, por si no regreso nunca”.
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